Los que hemos pasado la infancia en un pueblo tenemos siempre una
relación muy especial con los animales y con la Naturaleza en general.
Yo, vivía en una casa que, como muchas en la Extremadura rural, se
prolongaba más allá de la vivienda propiamente dicha y tenía un amplio
corral donde había toda clase de animales. En el corral de mi casa había
gallinas y pavos que deambulaban con libertad, una pocilga con su
cerdo que se engordaba todos los años para la matanza, un burro, vacas y
ovejas. Era como vivir en una casa adosada a un pequeño zoo. Por
supuesto, los animales tenían sus propios lugares y en casa no entraba
ninguno, bueno… ninguno, no. El único que tenía permiso, y si no se lo
tomaba él por su cuenta, era Serafín. Serafín era el nombre de un
hermoso gato blanco que ronroneaba rozando su lomo con mis pantorrillas
cada vez que me veía comer y que se perdía, de vez en cuando, por los
lugares más escondidos del corral, sin que nadie supiera qué hacía.
Imagino que ya se habrán dado cuenta de que esto no lo cuento porque
sí, sino porque tiene que ver con la pregunta de hoy. Ésta: ¿Por qué
los gatos caen siempre de pie?
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